Independencia o Celular. Por Gustavo Sala

Si existe un elemento que define como ninguno la identidad de comienzos de milenio es el celular. La publicidad, dicen, marca tendencia, y las empresas que se dedican al desarrollo y distribución de esa tecnología empapelan avenidas, comercios y pantallas con agresividad despiadada en función de convencer al usuario que siempre se encuentra un paso atrás de donde debería estar y que de su “sensatez” depende no quedar al margen del universo comunicacional.

No voy a negar la practicidad del elemento y la importancia que tiene para eficientizar algunas tareas ahorrando costos y tiempo de gestión. En la actualidad un médico es ciento por ciento ubicable de manera inmediata; un viajante de comercio o un transportista solucionará su inconveniente mecánico sin tener necesidad de abandonar su vehículo a la vera de la ruta, en soledad, tratando de buscar un servicio técnico. La lista puntual de beneficios a favor de cada actividad es interesante y por demás extensa: Miles de retrasos contarán con justificación en tiempo y forma y cientos de arrepentimientos llegarán oportunamente. Lo cierto es que esos transcendentes y verdaderos beneficios no son tomados en cuenta para revelar su real eficacia: Mensajes de texto, fotografías, alarmas, llamadores de mal gusto, chistes, horóscopos, piropos y notorias desnudeces son el menú propuesto para no perder el tren de la modernidad.

Los programas de televisión de mayor audiencia, en sintonía con sus patrocinantes, promueven el uso de la tecnología a favor de elecciones ridículas y olvidables o a favor de concursos cuyos premios significan tangibles limosnas en relación con lo recaudado. Las empresas de telefonía, las empresas de celulares y los medios de comunicación coordinan un sinnúmero de estímulos a propósito de transformar un servicio, en un entretenimiento cuyas rentas son incalculables.



El celular ha clarificado el grado de tilinguería social y ha sabido mostrar apetencias y necedades. También ha colaborado para eficientizar el delito en todos sus aspectos: secuestros virtuales, mantenerse en contacto permanente para metodizar un atraco, coordinar una segura escapatoria o facilitar la ubicación de nuestro quinielero de confianza.

Como podemos ver, el celular no es en si mismo ni bueno ni malo. Es una herramienta mas en un mundo repleto de herramientas y cuya utilidad o inutilidad, buen uso o mal uso, dependerá del usuario. El televisor, el automóvil, un ordenador, la heladera, forman parte, entre muchos insumos, de una batería de bienes muebles que el mercado nos ofrece para nuestra comodidad.

Lo que me llama la atención en el grado de dependencia que el elemento de marras posee. Hablo de una observación generalizada en estaciones de autobús, en la vía pública, en auto transportes de pasajeros, en piletas de natación, en los estadios de fútbol, en las playas, en los senderos turísticos, en la cena, en el almuerzo., en el baño, en el colegio, en los velorios, en las puertas de cines y teatros. Estúpido de mi si no pensara que la tecnología avanzó en función de estar permanentemente conectado con el mundo que nos cobija más allá de nuestro hogar. Pero mi pregunta es simple y concreta ¿Es realmente imprescindible ese inmutable y endémico estado de conexión con un medio que suponemos nos necesita o nos debería mantener informados de todo lo que sucede?

Creo que, desde el punto de vista publicitario, esta premisa se presenta como una medrosa obligación de la modernidad, dejando flotando la sensación que quien omite tal producto resulta poco menos que un minusválido social.
Es probable que nuestra innata soberbia nos haya convencido de que la sociedad nos debe hallar prestos ante la urgencia y que sin nosotros no habría solución posible entendiendo que la universalidad corre serios riesgos de supervivencia. Velocidad e información son los indiscutibles valores del nuevo milenio.

Sabemos desde hace tiempo que información no es lo mismo que conocimiento; sabemos también que una catarata informativa culmina desinformando. Sumemos a esto velocidad y seremos productores y directores de nuestro propio video clip cotidiano, irracional, apurado, desmesurado, plausible de confusión y pensamientos iniciales, erróneos y fronterizos, ausentes del análisis adecuado y profundamente conformistas…. Es así y no se modifica dicen…

Estudios efectuados por sociólogos y antropólogos europeos, sobre todo escandinavos, sentenciaron que el celular pasó a ser un elemento con un alto contenido de dependencia y extremadamente estresante. Una suerte de adicción tecnológica que todavía no ha encontrado su nicho de equilibrio. Un insumo privado, impermeable y restrictivo.

Varias generaciones crecieron entre teléfonos fijos y públicos. Me cuesta creer que la esperanza de vida de la humanidad haya aumentado con el celular. Lo cierto es que gran cantidad de accidentes automovilísticos lo tiene como protagonista. Montarme en este último argumento para refutar su utilidad resulta una auténtica estupidez. Vuelvo entonces al equilibrio, aún reconociendo que es mucho más difícil hallarlo o descubrirlo que disfrutarlo una vez instalado.
Como crecí con aquellas generaciones no puedo encontrar en el aparato una utilidad personal que justifique su costo. Eso no significa que desprecie sus prestaciones. Todo lo contrario y quedó ratificado en renglones anteriores.

Temo que no me considero imprescindible para el mundo que me rodea; asumo con agrado que la velocidad no cuenta con mi adhesión. Tengo tiempo para la novedad y los estrenos. Nada apresura mis deseos y de aquello que deba ser advertido me enteraré tarde o temprano, y de la misma forma, sea bueno o malo, nunca voy a poder evitar lo que ya ocurrió.

Vivo en un pueblo de treinta manzanas, calles entoscadas y siestas prolongadas en plena llanura bonaerense. El celular ya forma parte del paisaje. En las bolsas para hacer las compras, en las cinturas de los jóvenes, en los bolsillos de los parroquianos, en las lunetas de las camionetas, en las mesas del boliche, en el club, en la sala de primeros auxilios, en las máquinas agrícolas, en los camiones, en los comercios… El celular logró instalarse como indumentaria… Presumo cierta desnudez de aquel olvidadizo que ignoró por un instante su presencia. Vivo en un pueblo de treinta manzanas, calles entoscadas y siestas prolongadas en plena pampa húmeda… Aquí el boca a boca, el chimento y la bicicleta llegan más rápido que la señal. Antropólogos y sociólogos verán este detalle como significativo… ¿Porqué razón teniendo la tangible y maravillosa posibilidad de comunicarse cara a cara se prefiere a tan excéntrico e incorpóreo intermediario?

Una misma persona, poder adquisitivo mediante, puede soportar estoicamente en sus bolsillos un aparato destinado a familiares, otro para fines laborales y un tercero para la trampa, el ocio y lo amigos. Dichas inversiones (crecimiento cuantitativo) aumenta en la misma medida que decrece la utilización de la línea familiar. Esto sucede mientras el inodoro, el bidet, el lavatorio y la bañera continúan siendo comunes a todos los integrantes del clan. No creo entonces que exista elemento tan distintivo y emblemático por estas épocas. Ha sabido potenciar su provecho e imprimir en el inconsciente social un estado de imprescindible utilidad, aún más allá de la sencillez o complejidad de la vida que cada uno lleva. Vivo en un pueblo de treinta manzanas, calles entoscadas y siestas prolongadas en medio de un concierto de ringtones.

Fuente: El Rincón de Sala
Ateneo Popular Arturo Jauretche

 
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